El microchip universal (4)


La Corporación tenía una muy peculiar forma de gobernar la Tierra. Decían que iban a hacer una cosa y después hacían la contraria. Esto mantenía estimulada a la población.

Una acción reseñable de La Corporación fue el intento de instalar  un microchip a cada individuo. Sin éxito. Dijeron que iba a servir para mejorar la salud, el dinero y el amor de todos los súbditos de La Corporación, tanto seres humanos como máquinas inteligentes y androides.

En plena campaña de promoción del microchip universal, al entonces presidente de La Corporación, Marianko Rajoyink, no solo su esposa de toda la vida le abandonó y se fugó con su chofer a las islas Seychelles, sino que lo hizo con todo el dinero que Rajoyink había acumulado y depositado como ejemplo cívico en su microchip. Para rematar su campaña a favor del microchip corporativo, a Marianko le salieron unas enloquecidas almorranas que le hacían dar unos enternecedores grititos cada vez que se sentaba. Esto le unió a los seres humanos a los que gobernaba. Le hacían ver más humano y campechano.

Pero no fue esto lo que hizo que la población de la Tierra se negase a instalarse el microchip corporativo. A pesar de la evidencia se tragaron la patraña, como de costumbre.
Lo que sucedió fue que el administrador jefe de La Corporación, Lord Kamps había vendido la totalidad de los microchips fabricados hasta entonces a diferentes potencias interestelares por una magnífica suma de dinero.

Cuando se inició la campaña de inoculación del microchip universal, Lord Kamps tuvo que reponer la mercancía en un tiempo récord, para lo que compró toda la producción de microchips del asteroide independiente Chin Chang por un precio de saldo. 

Lo que sucedió es que estos microchips, aunque modificados para la ocasión, en origen habían sido fabricados para potenciar aspectos personales de ciertos androides, por lo que después de inocularse estos microchips en las primeras 5.000 personas, la mayoría sufrió alteraciones significativas de la personalidad, en algunos casos irreversibles. Se dio el caso de un padre de familia que se creyó un perro y aún seguía moviendo el rabo y ladrando a la puerta de su casa, mientras su esposa y sus hijos, desconsolados, lloraban de la mañana a la noche y se lamentaban con su suerte.

Una mujer de mediana edad y redondita de peso se creyó un florero y se instaló en la pérgola de un céntrico jardín con los brazos extendidos y cubierta de flores y plantas. Mientras tanto el padre de familia que se creía un perro le meaba de vez en cuando en las pantuflas de andar por casa. 

Y así hasta cinco mil.

Así fue como fracasó la campaña de instalación del microchip universal de La Corporación.

... continuará.










No hay comentarios:

Publicar un comentario